Hoy hablamos de disfraces. De los de verdad. De los que rozan el ridículo o lo sobrepasan con creces. También los hay de condición elegante por detrás y por delante, cierto es. Sin embargo, no nos interesan tanto las caretas grotescas cotidianas. O, lo que es peor, las que nos ponemos nosotros mismos. ¿Dónde están las gomas?
El sábado tuve el
placer de asistir a una fiesta de disfraces. ¿Qué tiene de especial? Simple:
iba disfrazada, claro. Han tenido que pasar más de 20 gloriosos años para
recordar que disfrazarse tiene su cosa. Y de las grandes, no olvidéis que se ve
mucha malla. Durante horas dejas de ser tú para ser otro creado a base de kilos
de parafernalia. Eso sí, igual cuando termina la puesta sólo te quedan unos
cuantos gramos. Empiezas entusiasmado luciendo múltiples elementos certificados
por la CE y por la afamada calidad de Hiper Asia. Hay que ver lo que me lo he
currado. Van a flipar. Pero el tiempo puede jugar en mi contra. A cada hora que pasa
se me cae un pedazo del atrezzo. A este paso, corro el riesgo de terminar en bolas. Pues venga, no pasa nada, en ese caso tiro de pintura blanca levanto una
pierna y voy de muela picada.
El mejor ejemplo
son las pelucas varias. Para empezar, la variedad es absolutamente desorbitada.
Eso sí, los cabellos plasticoides se caen una cosa mala. A mechones. En la primera puesta, la combinas con un
vestido de faralaes y ahí tienes a la mismísima Isabel Pantoja. En la próxima ocasión, con menos pelo que el chichi de una muñeca, te conviertes en su pequeño del alma. Paqurrín. Además, al que
haya ido sin disfraz le haces un favor porque con tan sólo revolcarse por el
suelo cambiará su condición humana por Teddy el peluche.
El ridículo
consentido también tiene sus riesgos. Ver a tu jefe, aquel que viste traje
oscuro Emidio Tucci y camisa blanca, enfundado en un disfraz de indio a lo
Village People, muy normal no es. Así pasa, que el lunes te pide el informe
trimestral con gráficos Excel sin las plumas y ya no inspira el mismo respeto.
Pues mira, igual no te lo tienes hasta mañana, encanto. Si lo necesitas con carácter
urgente, pídele ayuda a tu colega el policía que de eso debe saber bastante. Yo
soy una humilde cavernícola, no conozco la escritura, vivo en la prehistoria.
Una cosa os digo,
un programa en el que famosos casposos se tiran desde un trampolín ya es
bastante surrealista pero compartir habitación con una de las supremas de
Móstoles, Marilyn Manson o Demis Roussos, es muy heavy. Claro que la escena se
complica más aún cuando la presencias a duras penas a causa de llevar dos latas
de cerveza enrolladas en la peluca a modo de rulos simulando a la gran Lady Gaga. Eso sí, vacias.
El problema llega
cuando recurres a un disfraz para camuflar tu persona y consigues justo lo
contrario. Seguro que conocéis a algún payaso disfrazado de hombre curtido en mil batallas. Hubo un tiempo en el que vestir con sombrero de ala ancha, gafas de
sol, guantes, gabardina y periódico en formato sábana; significaba pasar
desapercibido. Manda cuyons. Como los detectives privados sean tan buenos en su
trabajo como eligiendo atuendo, Julio Iglesias puede dormir tranquilo. Miranda
pensará que su fiel esposo se ha pasado las noches enteras regando los geranios
de las más distinguidas damas. Me va, me va, me va, me va, me va.
Como siempre, en la sección egoblog de LMV nos preocupamos por mantener a raya el estilo y las tendencias, incluso si hay un disfraz de por medio. En este post, la palabra minimal es tabú. Estos son sólo algunos ejemplos. Disfrutad.
Menos es más. No caigas en el
error de currarte el disfraz para impresionar al personal. Los resultados son
mucho mejores si eliges el cutrismo.
Una princesa
Disney muy especial. Ariel era una sirena y vivía en las profundidades del mar.
Pero nadie dijo que no pudiera ponerse hasta las patas de pescado azul. El otro ser no sé quien liendres.
Body painting
extrem. Claro ejemplo de que no es preciso complicarse en exceso. Esta buena
señora utiliza la falta de gravedad para emular unos caretos perrunos de lo más
adorables. El único pero es que se ha olvidado de las piernas, podía haber hecho
el pleno con un par de paquetes de lentejas.
Libertinaje de
interpretación. Tenéis dudas, claro, es difícil elegir entre disfrazaros de
Kiss o de franceses. Tanta similitud estética es abrumadora.
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Mi disfraz de Eduardo Manostijeras es bastante parecido al de Lobezno cubertería. Casi pierdo todo mi pelo (porque no me pongo una peluca ni muerta, me da ganas de vomitar sólo de cómo huelen) por cardármelo y llegué a un bar en el que nadie iba disfrazado junto a dos amigas vestidas de pirata muerto y medieval muerta. Última vez que me disfracé.
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