Asia, qué gran pueblo. Sus gentes están por todos lados. Normal, son muchos. ¡Que no salten por Dios! Ya sólo nos faltaba eso, irnos al garete por un brinco conjunto. Mejor, dejemos nuestra caída libre en manos de nuestros, también, líderes políticos. Esos sí que saben saltar.
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Photo Credit: zilverbat. via Compfight cc |
La variedad es
limitadita porque: sí, los asiáticos son muy parecidos. Más bien, son todos
iguales. Igual de feos. A ver, no nos rasguemos las vestiduras, es la pura
verdad. En occidente, las cosas no son muy diferentes, consolaos pesando en
nuestro Fary, parecía un Furby y, aun así, las malas lenguas decían que era un
mujeriego sin remedio. Aunque ahora que lo pienso, tenía un aire oriental: ojos rasgaditos y sin sobrepasar el metro cincuenta. ¡Coño! ¿Habría un gen asiático en las estirpe
del torito?
Vivir y disfrutar
de multiculturalidad es asombroso y abrir puntos de mira, una suerte. Gracias a
eso, apreciamos lo raras que son estas criaturas. Son la
raza amarilla. Pues si fueran amarillos de verdad, sería lo que menos destacaría
de sus personas. Eso sí, trabajadores son una hartá. A quién se le ocurriría sino
defender los derechos de los trabajadores currando como si no hubiera un
mañana. Eso sí, algo no cuadra: 1500 años tardaron los chinos en construir la
Gran Muralla. Que es larga de huevos sí, pero que podían haberse dado más prisa
en poner las piedras, también.


A pesar de todo,
una cosa está clara: nos echan una mano siempre que pueden, ¿de quién te
acuerdas cuando te has venido arriba un miércoles y necesitas hielos para el
cubata a las dos de la mañana? Del chino de la esquina. ¿Quién te ayuda a clavar
el estoque definitivo al ligue de turno poniendo a tu disposición una rosa roja
en un tugurio de mala muerte? El japonés de los enseres varios (si la flor no
surge el efecto deseado, prueba con las gafas con luces y te sales). ¿Quién masajea
tu espalda en la arena haciendo de Benidorm un paraíso incomparable con la
bazofia de las Islas Seychelles? ¿Quién va a ser? Pues la filipina sonriente.
En lo que a
estética se refiere, más de lo mismo: un auténtico despropósito. Le ponen ganas, pero con eso no basta. Analizaremos
algunos ejemplos pero, antes, me gustaría formular una pregunta existencial: ¿existe
algún asiático de pelo rizado y rubio? Especifiquemos: sin tintes ni tenacillas;
natural como la vida misma. Para ayudaros, hago un par de apuntes muy reveladores: los asiáticos no
tienen pelo en el cuerpo (a lo sumo
pelusilla bigotera) pero, sin embargo, en la cabeza les nace a toneladas. Que
conste que ya os había dicho que muy normales no son.

No hay otra raza
en el mundo en la que ellos repugnen y ellas den morbo. Las orientales tienen
fama de ligeras y existen pruebas fehacientes de que así es. Los resultados en
las búsquedas de Google lo revelan. Claro que nosotros, los occidentales, tenemos
una visión del este mundo reducida. La china de la tienda del barrio de mis tíos
se parece a Iniesta, no digo más. Aquí tenemos un
claro ejemplo de lo que os hablo. El kimono es la prenda oriental más
característica pero la interpretación es libre. Lo básico se respeta: seda
brillante y estampado floral bicolor, que parezca una porno chacha es totalmente
secundario. Además, nos encanta que el broche del look sean dos perlones en las
orejas como si fuera del mismísimo Soto de la Moraleja. Nena, qué mona eres.
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