Hobbes es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se esconde y acecha pacientemente, rozándolas apenas, las cortinas de casa, rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ¿Hobbes?, y viene a mí como una bestia sedienta de sangre con un galope salvaje, que parece que se ríe, en no sé qué éxtasis macabro.
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Santo Hobbes!
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