¡Felicidades!: look de cumpleaños (by Melgui Fresh)


Al igual que madre no hay más que una, no se cumplen años todos los días. Más concretamente: una vez al año no hace daño. 

 Qué terrible resulta darse cuenta de cómo la gramática castellana se jacta de sus parlantes. Un simple d es la encargada de marcar la diferencia. 

Ahora bien, tranquilidad: hasta la década de los 20, los años no duelen. Empiezan siendo cosquillas de las agradables. Sirven para despertar tus sentidos y erizarte la piel. Tanto es así que, si hace falta, te haces un selfie junto al abismo de cumplir años sin miedo a caer. ¿Cuántos años tienes? 22 para 23. (Claro, no va a ser 22 para 25). Pues pareces más mayor, eres muy maduro. ¿A que sí? Eso era justo lo que querías oír. Que nadie piense que eres un crío.

Cuando te acercas a los 30, la cosa cambia. Las cosquillas son en las plantas de los pies. Sí, en el sitio en el que empiezan a no hacerte ni puñetera gracia. El ciclo vital cambia. Y el cuerpo también. Que sí, que sí. Que un día te levantas por la mañana con un par de jorobas laterales a cada lado de tu cintura sin comerlo ni beberlo. Bueno, algo has comido o bebido pero no en la proporción con la que ahora aparece. Consejo: quédate con lo más evidente y ni se te ocurra analizarte en pelotas frente al espejo. Si, además, eres mujer, espera: puede ser peor. La década de los 30 trae niños con embarazos y partos, como es lógico. ¡Qué viva la deformación!

Los 40 marcan un antes y un después. Aquí, los protagonistas son los hombres y su temida crisis existencial. Para entrar por la puerta grande en la fiesta de la edad madura es requisito imprescindible acudir con una inconsciencia como invitada. La preferida es la moto de gran cilindrada. Así que, la reunión de un grupo de cuarentones se convierte en la quedada de los mismísimos Ángeles del Infierno. En general, recordemos que practicar actividades propias de los 20 a los 40 puede traer nefastos resultados y roturas de menisco. A no ser que seas Chris Horner, por ejemplo. 


Así pasa, que llegas a los 50 con magulladuras por doquier a causa de vivir la vida inténsamente. Bienvenidas sean y a vivir que son dos días. Sí, rey moro, pero afloja que uno ya te lo has fumaó. Por fín solos otra vez, Manolo, sin los niños en casa. Sí, pero date prisa que se han ido al cine con la churri o de fiesta con los colegas y en unas horas los tienes otra vez sentados en el sofá con las pies encima de la mesa, pidiéndote la cena y preguntándote si tienes planchada su ropa. Como os lo cuento. Antes los padres lloraban a moco tendido porque los hijos abandonaban el hogar familiar, ahora por no poder echarles ni con agua caliente.

Los 60 y los tan ansiados viajes del Imserso. Eso era antes. Cualquiera le dice ahora a un pobre jubilado que se vaya unos días a Gandía. Pues mira, vete tu hijo...pero a tomar por culo. Entre lo que ha perdido de cotización en los últimos años de ajustes y lo que le cuesta mantener a dos hijos en paro, no le llega ni para comprar el abono transportes e irse a pasearse por Móstoles.

Y más y más. Así llegas a la vejez. Hasta que llega el día en el que dejas de cumplir años. Todos sabemos como termina la historia ¿no? Es una de las pocas cosas en las que no nos engaña nadie. 

Por eso, lo importante es cumplirlos y disfrutar de cada etapa de la vida celebrando todos tus cumpleaños y, también, los de los tuyos. No hay dolor. No te quites años sean los que sean, siempre, aunque sea por educación, te dirán que estás estupendo exceptuando el grupo de las abuelas besuconas que tenderán a recalcar los kilos que has cogido o los pocos pelos que te quedan. Con la edad, la sinceridad vuelve recorriendo un largo camino desde la infancia y, al final, te das cuenta que, aun con la diferencia de edad, no somos tan diferentes.


De acuerdo. Hay fiestas y fiestas. Las de los 90, fiestacas no eran. Si cumplías entre diario, ya podías olvidarte de que en el colegio te hicieran algún tipo de reconocimiento. A Don Antonio le importaba tres pitos. Es más, si tenía ocasión te sacaba al encerado para que hicieras el ridículo en un día tan especial.  Y, por la tarde, llegaba la hora de la celebración ¡por fin! Bandejas de triángulos de nocilla y mortadela con aceitunas; y cuatro platos de guarrerías que no lo eran tanto como las de ahora. Pero no hacía falta mucho más: coca-cola y patatas para mojar. Allí se juntaba todo kiski: abuelos, tíos, vecinos, compañeros de karate, de clase. ¿Y los regalos? Pues muy fácil era que te juntaras con varios iguales. La variedad era muy limitada y, la mayoría, compraba el detallito en el bazar de debajo de la casa del cumpleañero.

Hoy mi canto a la vida a lo Cold Play es para ti ¡Felicidades! Todavía son pocas velas las que soplar pero, cuando sean tantas que no haya sitio suficiente en la tarta, seguiré estando al lado para ayudar a soplar.


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