Síndrome postvacacional. ¡Venga coño! Depresión de pelotas por la vuelta al curro. Llamemos a las cosas por su nombre. Al pan: pan y al vino: vino. Para depende qué cosas, el maquillaje es como si tuvieras un tío en América. El regreso a la rutina es una de ellas y lo que le ocurre a Chabelita, otra.
Señores todos de
RRHH, dejen de estrujarse la sesera para propiciar el buen ambiente
laboral con técnicas absurdas. Desde aquí, decimos NO a las terapias de choque. Ver el careto de tu
jefe a las ocho de la mañana el primero de septiembre después de tirarte un mes entre
chiringuito y tumbona, es muy duro. Por si fuera poco, nada más entrar, el
espabilaó, tirando de métodos de engamement,
te pregunta sonriente: ¿un cafecito? No me fastidies, si me cuesta aguantarme
las ganas de pedirte un tinto con limón. Sáquese un café, solo.
El mucho síndrome
postvacacional es el resultado del escaso período de adaptación. Desde el primer
minuto entras a saco y, claro, al primero que te pregunta por dónde has estado de vacaciones le respondes de malas maneras que en el atasco de la M-30
detrás de una furgola transportadora de patatas peladas. Antes has dejado a tu
niño en la guardería. Para hacértelo más fácil, se ha portado como un hombretón: ha llorado como el mismísimo David Bustamante en la final de Operación Triunfo o después de que súper Pauli le dejara en la cuneta con "Dolores y Promesas".
Eso sí, en la guarde, respetan la adaptación. Primero
pasan una hora llorando, luego dos, tres; medio día, el día entero y así hasta llegar
a los nueve meses de curso escolar. Qué lástima. Tu criatura se ha enganchado a tu pantorrilla a lo Mofli hasta tal punto que has tenido que
sacudir la pierna como si te rozara la costura de la braga.
¿Y tú que me dices? Ingenuo de ti creer que tu vuelta al curro iba a ser mucho más digna. Ibas tan ensimismado pensando en cómo ha podido pasarte esto a ti que el azote del regreso a la rutina diaria te pilla desprevenido. Nada más entrar al parking, ves como Carletes, el de contabilidad, ha cambiado su coche de juguete Clio por un Audi Q3. En el espejo del ascensor, confirmas lo ridículo que te ves estrenando la camisa de rayitas azules e iniciales bordadas en el pecho que te regaló tu madre. El mejor momento es cuando entras en la oficina y ves a tus compañeros. Las mismas caras de siempre. El amargado metiendo el dedo en el ojo al de enfrente preguntándole por las vacaciones sabiendo que no tiene un duro y lo más lejos que ha ido ha sido a la parcela de sus suegros en Calypo, provincia de Toledo. La happy de Teresa tirándole de las coletas a Olga por haberle dejado un marrón en pleno mes de agosto. Y tu mesa llena de cuadernillos Rubio rellenables a golpe de teclado y sin goma de borrar.
Por fin el infierno
termina. Recoges a tu retoño dónde quiera que esté. Si tienes dudas pregunta a
los abuelos, ¿alguien sabe el significado de la palabra conciliación? Después
de diez horas se le ha pasado el disgusto. Ya no llora. Ahora, la que la que no
puede parar eres tú.
La oficina es tuya, reinventate
Aquí tenemos al gran David Bowie en actitud pensativa frente a la computadora. Un auténtico genio. De la música porque de la informática ni papa. Hace como que escribe y el cachivache no está ni encendido. En lo que se refiere al outfit, ni un pero. En su vertiente oficinista elige la sobriedad con una apuesta segura en la época: jersey de cuello alto, americana casposa y bigotito sugerente.
Ay, ay, ay. Esto es lo más. Tejido piel de melocotón perfecto para asarte en verano y pelarte en invierno. Entre tanta grandeza, el detalle del small belt pasa desapercibido. En nuestros 90, lo que de verdad lo petaba era el cinto de maxi hebilla Cimarrón. Gran acierto el detalle de remangar la chaqueta, de lo contrario el caballero iría recogiendo colillas.
En la oficina, y
en general, los hombres tienen pocas opciones: traje o pantalón y camisa. Así
pasa, que llega el casual Friday y, con él, el despiporre de la mano de los vaqueros, polos y zapatillas de cordones.
En el caso de las mujeres la cosa cambia, enriquece tu armario como si
sobrevivieras al fin de los días abrazada a Tim Gunn. Dentro de una oficina en
los 90, no eras nadie sin tener, al menos, 10 trajes de chaqueta con sus
correspondientes 20 hombreras. Lisos, cuadros, rayas. Tonos pastel y los
básicos negro, azul marino, caqui. Grandes solapas, grandes cuellos, grande
todo. El toque: invierte en broches para el cuello de tu camisa. Nos gustan los de animales
con ojos de piedras de colores.
"Trabajar apara ganarme la vida está bien. Pero ¿por qué esa vida que uno se gana trabajando tiene que desperdiciarla trabajando para ganarse la vida?" (Mafalda)
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