San Manuel, bueno, mártir.
- … Queridos feligreses, esas son las razones
por las que hoy anunciamos el inicio del proceso de beatificación del padre
Manuel.
El Obispo dejo de hablar y abandonó el
púlpito, los aplausos invadieron el templo. Solo cuando mi hermano se cruzó con
el obispo acompañado de su hoja de papel, la ovación se transformó en un
murmullo de desaprobación general. Era raro verle allí, pues mi hermano era el
único ateo en el pueblo más religiosamente fervoroso de la comarca, y más raro
aún era verle en el púlpito para hablar delante de todos nosotros, pero Manuel
se lo había pedido en el lecho de muerte. Se le notaba temeroso e inseguro, lo
cual era también raro en él, y con una voz tímida y entrecortada que no recuerdo
haberle escuchado jamás:
Queridos paisanos,
Soy consciente de la perplejidad que os produce
el verme hoy aquí, creedme cuando digo que el sentimiento es mutuo, pero creo
que hoy precisamente no es un día para ensalzar nuestras diferencias, sino para
honrar al que ha sido el mejor párroco que esta localidad jamás ha tenido, y
probablemente la mejor persona que jamás conocí.
Manuel no solo murió en este pueblo, sino que
nació, creció y dio su vida por él. Lo recuerdo muy bien cuando éramos niños; siempre
temeroso, atormentado, incluso deprimido. La inesperada muerte de sus padres no
ayudo precisamente a mejorar su ánimo durante su juventud. Sin embargo esta es
la causa desencadenante que le llevo a ser internado en el seminario. Fue
entonces cuando nuestros caminos se separaron por algún tiempo, y para cuando volví
de hacer mis estudios en América, sinceramente no podía reconocerle, a pesar de
que seguía con sus aires melancólicos y solitarios, el seminario había
convertido al joven Manuel en lo más parecido a un ángel que alguien como yo
puede llegar a imaginar.
Tras hacerse cargo de la iglesia del pueblo, la
tasa de suicidios que se había convertido en el principal problema de la
comarca después del cierre de la mina se redujo a cero, la afluencia diaria a
las misas se triplico debido a los muchos aldeanos venidos de los pueblos
cercanos y lejanos para formar parte de los actos, la creación del banco de
minipréstamos ideado por Manuel dio un vuelco a la economía local sacando de la
miseria a muchas familias, sus reuniones de asesoramiento sentimental podrían explicar
que ni una sola pareja se haya divorciado en el pueblo desde su ejercicio, e
incluso es justo mencionar el hecho de que el equipo de futbol del pueblo,
ascendió después de 20 años en lo más bajo de la tabla cuando Manuel se
convirtió en su entrenador y guía. La figura de Manuel llevó a muchos jóvenes
de la localidad a ver en él un ejemplo vital, como puede comprobarse por el
hecho de que más de la mitad de los muchachos del seminario comarcal provienen
de aquí. Con su actitud y devoción convirtió este en el pueblo más
religiosamente fervoroso del país. Citando al Obispo aquí presente “Hay más
fieles en 20kms a la redonda de la iglesia de Manuel que en el resto de
comunidad toda junta”
Manuel no solo tenía amor para sus feligreses,
sino que incluso guardaba aun más para las pocas ovejas descarriadas como yo. Éramos
buenos amigos como sabéis, y a pesar de las constantes discusiones entre Manuel
y yo mismo, en las que quedó constancia de que nuestras visiones han sido
siempre totalmente antagónicas, también sabéis que Manuel nunca me negó su
amistad, respeto y ayuda, así como nunca lo
hizo con nadie.
Sin embargo, Manuel tenía una asignatura
pendiente, algo que quizá solo unos pocos tuvimos la desgracia de conocer.
Manuel no era feliz, Manuel se sentía terriblemente miserable. Parecía que de
algún modo, cargaba un fuego tan fuerte ardiendo dentro de él que lo consumía
por dentro, y que el único modo que encontró para mitigarlo fue a través de la
servidumbre a su pueblo. Era tal la
necesidad de saciar esa llama, que le llevó a preocuparse tanto de los demás…
olvidando hacerlo de sí mismo hasta tal punto que... Para ser sinceros, esta
era en realidad la causa principal de nuestras discusiones hasta altas horas de
la madrugada, Manuel y yo teníamos un secreto, un secreto que nadie más sabia,
pero que es la causa por la que hoy estoy hablando aquí, y es que creo que
todos deben saber que en realidad… en realidad… en realidad…
Entonces la voz de Julian se quebró y dejó de
hablar, sus ojos se enrojecieron y mientras se mordía los labios con una fuerza
tal que le provocó heridas, levantó la cabeza y nos atravesó con la mirada,
cruzó las paredes del templo viajando al infinito para dejar la vista allí
clavada, y con las primeras lágrimas cayendo por sus mejillas dijo: Tu tenias
razón, Manuel, tu tenias razón, y yo estaba equivocado. Su cabeza calló como si
su cuello se hubiera quebrado, mientras doblaba cuidadosamente la hoja empapada
de lágrimas y la guardaba en el bolsillo de la chaqueta abandonó el púlpito.
¡Milagro! Gritó alguien. Entonces la iglesia
clamó con mayor fervor que el mostrado ante el obispo, en coro arranco en
cantos e incluso me pareció que la luz proveniente de las vidrieras se
incrementaba. Las gentes se levantaron abalanzándose sobre él. Mientras
intentaba abrirse camino entre la multitud cabizbajo, silencioso y envuelto en
lágrimas. Le besaron, le abrazaron, le aclamaron como los testigos del primer
milagro póstumo de Manuel, él de convertir al más ateo de todos los ateos en un
servidor más, a la vista de todos. Cuando finalmente Julian llego hasta mí
seguía sin poder hablar y un hilillo de sangre le asomaba de la comisura de los
labios.
- Él sabía que no podría hacerlo… por eso me
pidió que hablara. – Fueron las únicas palabras que pronunció de camino a casa.
Cuando le pregunté qué quería decir, no contestó. Al llegar a casa de mi madre y
tras dejar el abrigo en la entrada se fue directamente al cuarto.
Yo me quedé en el recibidor, paralizada con
una sensación agridulce, por un lado la muerte de Manuel había sido
devastadora, él había sido siempre nuestra guía y apoyo. Pero por otra me
sentía tan feliz por Julian, tan feliz de saber que ahora los dos compartíamos
el amor por el Señor, que apenas podía creerlo. Entonces vi su abrigo, allí en
el recibidor y me acordé del papel que había usado aquel día como guía de su
discurso, pensé que guardarlo como si de una reliquia se tratara, sería el
mejor recuerdo del “día del milagro”. Al sacar la carta y desdoblarla no pude
aguantar la tentación de leerla para
descubrir que había un párrafo final que Julian no había leído:
- Deben saber que en realidad la relación
entre Manuel y yo no era solo de amistad. En realidad yo me convertí de algún modo
en su confesor. Una de las muchas noches en vela discutiendo, me contó una
historia que le sucedió pocas semanas después de acabar el seminario, dicho acontecimiento
le llevo a replantearse muchas de las lecciones eclesiásticas, para finalmente provocarle
una pérdida absoluta de su fe. Me dijo también que fue tal el sufrimiento de
abandono que esto le había provocado, que casi le llevó al suicidio. Sin embargo,
encontró una razón para vivir en el justo momento en que se le ofreció
sustituir al Padre Damián en el pueblo. Entonces decidió dedicar su vida entera
a que a nadie le pasara lo que le había pasado a él, conseguiría que nadie
jamás en el pueblo se sintiera tan solo y desamparado como él se había sentido.
Hasta altas horas de muchas madrugadas defendí frente a él, que era su deber
hacérselo saber al pueblo, que no podía seguir engañándoos. Manuel siempre se
negó invocando a la felicidad de sus feligreses…
Y aunque la carta continuaba, no pude seguir
leyendo. Entonces quien empezó a llorar fui yo.
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