Otra colaboración, en esta ocasión un relato con un reto implícito, el autor Noel leoN, nos pide que rematemos el cuento con una frase final.
Si queréis participar, dejadla en los comentarios...
Apatía
Intentemos hoy algo distinto después de estos 5 años, 134 días, 8 horas y 23 minutos ¿Cómo lo sé con tanta exactitud? La verdad es que siempre fui muy buena con los números, además de tener una memoria prodigiosa ¿Memoria fotográfica lo llaman? No solo recuerdo todos los clientes que hemos tenido hoy, y que han pedido, sino que puedo presumir de poder comunicarme en inglés, francés, italiano, alemán, chino, árabe y español lo suficiente como para hacer mi trabajo.
Mi padre siempre dice que hace 20 años, con mis capacidades, habría trabajado mandando cohetes a la Luna o para el servicio secreto inglés, pero hoy… hay tanta competencia que a duras penas he conseguido un puesto en el metro de Londres. No me malinterpreten, no me estoy quejando, no soy infeliz, bueno, tampoco puedo decir que sea feliz, simplemente, no sé… He contado el número de clientes en estos 5 años, 134 días, 8 horas y 23 minutos; han sido un total de 2.357.835 viajeros de todos los confines del mundo los que han pasado por aquí. Les he cambiado y vendido billetes a estrellas del rock y a deportistas de elite. He recargado las tarjetas de los oficinistas más somnolientos que podríais imaginar o aconsejado rutas a adolescentes borrachos y turistas confusos. Incluso en una ocasión, una pareja se enrollo apasionadamente sobre el cristal, para luego irse sin los billetes.
Como decía, lo mío en realidad siempre fueron las matemáticas más puras, supongo que el hecho de haber tenido un padre ingeniero informático seria la explicación más lógica, no sé, siempre se me dieron bien. Por otra parte, mi madre trabajaba también en el metro, en el departamento de ventas, fue una mezcla de la forma de pensar de mi padre y los conocimientos de mi madre lo que me llevo a acabar trabajando aquí. En realidad, esto está bien, o no está mal, no sé ¿Quizá es porque no tengo grandes aspiraciones vitales? Creo que soy feliz aquí, o al menos, no soy infeliz. Aunque a veces me pregunto qué pensaría de mí el abuelo Alan, un condecorado héroe de la segunda guerra mundial, o mi bisabuela Ada una adinerada y culta condesa de la corte inglesa ¿Estarían orgullosos? Mi padre siempre dice que si, aunque yo tengo mis dudas.
El ambiente de trabajo es monótono, repetitivo, casi hipnotizante, aunque creo que no me parece mal. Hay pocos modos para escapar de la rutina, y la conversación con mis compañeras no es precisamente uno. El modo en que estamos dispuestas, cada una mirando a un lado no facilita la comunicación, pero la verdad es que no es muy necesario para el día a día, la única información que nos llega es siempre desde la central, para informarnos de estaciones cerradas o líneas con problemas, y así tenerlo en cuenta a la hora de aconsejar rutas, e informar a los pasajeros. Las de la planta de abajo, que se encargan de los trenes de larga distancia, sí que tienen más comunicación entre ellas, por eso de asegurarse de no vender más billetes que asientos haya en el tren, pero para el metro como ya sabéis, eso no importa.
El trato con los pasajeros tampoco es lo mejor del trabajo precisamente. Llegan, toquetean todo, piden, pagan, recogen el billete y se van, la inmensa mayoría no da ni las gracias. Raro es el que te dice algo, y si te lo dice, es aún más raro que sea algo bonito, aunque tampoco me importa mucho.
En una media de 4.3 veces al día, alguien acaba golpeando con violencia el cristal, bien por una línea cortada o bien por no aceptar un billete de 100 libras al no disponer de cambio suficiente, a veces se enfadan si no les aceptas un billete falso, no sé qué pretenden que haga... Más allá de esto, los pasajeros vienen y van sin más. ¿Y porque escribo todo esto hoy? No sé, la verdad.
Creo que me siento apática, creo que en realidad siempre me he sentido igual, o no, no sé. Sospecho que es un intento desesperado de escribir y describir mi vida con la esperanza de materializarla en algo físico y quizá con ello averiguar que siento en realidad acerca de ella, si es que soy capaz de sentir algo. A veces lo dudo…
Mi padre siempre dice que hace 20 años, con mis capacidades, habría trabajado mandando cohetes a la Luna o para el servicio secreto inglés, pero hoy… hay tanta competencia que a duras penas he conseguido un puesto en el metro de Londres. No me malinterpreten, no me estoy quejando, no soy infeliz, bueno, tampoco puedo decir que sea feliz, simplemente, no sé… He contado el número de clientes en estos 5 años, 134 días, 8 horas y 23 minutos; han sido un total de 2.357.835 viajeros de todos los confines del mundo los que han pasado por aquí. Les he cambiado y vendido billetes a estrellas del rock y a deportistas de elite. He recargado las tarjetas de los oficinistas más somnolientos que podríais imaginar o aconsejado rutas a adolescentes borrachos y turistas confusos. Incluso en una ocasión, una pareja se enrollo apasionadamente sobre el cristal, para luego irse sin los billetes.
Como decía, lo mío en realidad siempre fueron las matemáticas más puras, supongo que el hecho de haber tenido un padre ingeniero informático seria la explicación más lógica, no sé, siempre se me dieron bien. Por otra parte, mi madre trabajaba también en el metro, en el departamento de ventas, fue una mezcla de la forma de pensar de mi padre y los conocimientos de mi madre lo que me llevo a acabar trabajando aquí. En realidad, esto está bien, o no está mal, no sé ¿Quizá es porque no tengo grandes aspiraciones vitales? Creo que soy feliz aquí, o al menos, no soy infeliz. Aunque a veces me pregunto qué pensaría de mí el abuelo Alan, un condecorado héroe de la segunda guerra mundial, o mi bisabuela Ada una adinerada y culta condesa de la corte inglesa ¿Estarían orgullosos? Mi padre siempre dice que si, aunque yo tengo mis dudas.
El ambiente de trabajo es monótono, repetitivo, casi hipnotizante, aunque creo que no me parece mal. Hay pocos modos para escapar de la rutina, y la conversación con mis compañeras no es precisamente uno. El modo en que estamos dispuestas, cada una mirando a un lado no facilita la comunicación, pero la verdad es que no es muy necesario para el día a día, la única información que nos llega es siempre desde la central, para informarnos de estaciones cerradas o líneas con problemas, y así tenerlo en cuenta a la hora de aconsejar rutas, e informar a los pasajeros. Las de la planta de abajo, que se encargan de los trenes de larga distancia, sí que tienen más comunicación entre ellas, por eso de asegurarse de no vender más billetes que asientos haya en el tren, pero para el metro como ya sabéis, eso no importa.
El trato con los pasajeros tampoco es lo mejor del trabajo precisamente. Llegan, toquetean todo, piden, pagan, recogen el billete y se van, la inmensa mayoría no da ni las gracias. Raro es el que te dice algo, y si te lo dice, es aún más raro que sea algo bonito, aunque tampoco me importa mucho.
En una media de 4.3 veces al día, alguien acaba golpeando con violencia el cristal, bien por una línea cortada o bien por no aceptar un billete de 100 libras al no disponer de cambio suficiente, a veces se enfadan si no les aceptas un billete falso, no sé qué pretenden que haga... Más allá de esto, los pasajeros vienen y van sin más. ¿Y porque escribo todo esto hoy? No sé, la verdad.
Creo que me siento apática, creo que en realidad siempre me he sentido igual, o no, no sé. Sospecho que es un intento desesperado de escribir y describir mi vida con la esperanza de materializarla en algo físico y quizá con ello averiguar que siento en realidad acerca de ella, si es que soy capaz de sentir algo. A veces lo dudo…
Porque soy una mauina de billetes...
ResponderEliminarMuy bien anónimo, por cierto, enhorabuena por El lazarillo de Tormes, te quedo que ni pintado
EliminarIgual mañana no voy a trabajar...y me quedo en el parque de al lado de la estación...no se...igual si voy
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarY al día siguiente, allí estaba todavia.
EliminarMañana, cuando hayan pasado 5 años, 135 días, 8 horas y 23 minutos, mi vida seguirá siendo la misma exactamente, con la misma tediosa labor entre manos, la misma gente alrededor, el mismo ruido... Tal vez para entonces sienta algo. Distinto. O no.
ResponderEliminarY así fué, Conchi
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